Aviones sobre mi cabeza

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17 enero, 2020

Cada vez que estoy en la esquina de Av. Libertador, esperando que el semáforo me dé paso para cruzar a Retiro y tomar el tren, miro a ver si pasa algún avión. Si es así, no diría que le rezo pero sí que lo miro fuerte y con deseo, frunciendo un poco el entrecejo y la boca. En ese momento le pido a Dios, al cielo, al avión, que por favor me integren a esa elitista familia del aire.

Todo el tiempo me debato entre si aceptar o no esta teoría de «pedirle al universo». Igual, al final del día eso no se puede impostar y la verdad es que no me sale creer en los designios universales.

Por si en algún momento me olvido de mi objetivo, resulta que también se ven los aviones desde el edificio donde trabajo, desde el vagón del tren en el que viajo y desde la autopista que uso para ir al shopping. Están ahí, permanentemente revoloteando sobre mi cabeza, aunque no entiendo qué me dicen. ¿»‘Aguantá un poco, ya llega»? ¿»Te falta cambiar en algo que todavía no ves»? ¿»Seguí participando querida»?. ¿O sencillamente no me dicen nada porque no hablan ni tienen nada de la mística que a mí me gustaría?

A muchos les encanta hablar de la magia de la aviación pero a mí me confunde no saber en qué porcentaje puedo divagar en ello y en qué porcentaje debería poner los pies en la tierra y ver a las empresas como tales. Así están las cosas, país.

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