EZE y yo

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10 diciembre, 2019

Creo que el primer recuerdo que tengo de algo que tenga que ver con un aeropuerto es estar en casa jugando con tarjetas de embarque de Aerolíneas Argentinas. Aunque dudo que las usara como lo que son en mi dinámica de juegos. Creo recordar vagamente que a mí me parecía más que fueran cheques, aunque tampoco hubiera visto un cheque a esa edad.

Más tarde, un juegos de cubiertos metálicos de Varig que llegó a nuestra alacena. Y algunas golosinas que también llegaban a casa, sobre todo chocolates, en unos empaques increíbles y de marcas desconocidas, que no había en el quiosco.

Alguna que otra cámara de fotos y decenas de paraguas que los pasajeros de papá olvidaban en el auto.

Sé que alguna vez debo haber ido a Ezeiza con él, pero no tengo ni siquiera flashes de aquellas ocasiones. Para volar seguro que no íbamos porque la primera vez que lo hice fue a los 21 años y al día de la fecha ninguno de mis padres se ha subido a un avión.

Mi siguiente momento transcendental fue a los 17 años, en unas vacaciones de verano de la escuela. Fui con papá a probarme al stand de remises donde trabajaba, a ver si podía empezar a trabajar como franquera. Mi viejo toda su vida trabajó de noche, así que de noche fui yo también, con mi ropa de adulta formal y zapatos de tacos.

Ya al llegar las luces me impresionaron… bajé del auto y vi todo ese movimiento de gente, pasajeros mezclados con tripulación, valijas con rueditas (sí, eso era para mí el símbolo del glamour porque para las vacaciones usábamos bolsos), más luces, qué sé yo, es como que se respiraba otra onda. Eran las 11 de la noche y nadie parecía enterarse, el aeropuerto era puro movimiento.

De mis días trabajando en ese lugar tengo algunos recuerdos puntuales: ese momento a las 4 am cuando ya no sabía cómo mantenerme despierta. Atender a Mónica Ayos como pasajera. Aprender que chofer en portugués se dice motorista. La noche en que la mujer que me estaba enseñando el trabajo se fue al baño por un dolor de muela y quedé sola y a cargo. El chino que era la planilla para anotar las entradas y salidas de choferes.

Pero sin dudas los mejores minutos eran cuando me adentraba en el aeropuerto para ir al baño o al kiosco. Esa mini ciudad que funciona las 24 hs, donde las canillas de los baños ya eran automáticas (hace muchos años…). Me fascinó.

Yendo más adelante en el tiempo, llegó el día en que por primera vez iba a volar. Mi viejo entró conmigo a Aeroparque y, sobreprotector como es, no me dejó ni pensar: me indicó en qué serpentina tenía que hacer la fila y todos los pasos que vendrían después. Estuve allá arriba, entre esas nubes de algodón, pero aún no se me había despertado el amor por la aviación. Fue recién un año después, cuando entré en la crisis de «no me gusta este trabajo y no quiero vivir esperando el fin de semana». Al principio pensé que quería ser mochilera, así que pasé horas leyendo cuanto blog de viajeronoturista se me cruzaba. Después de eso, no tengo idea cómo, llegué al blog de Diario Azafata. Y a For Bitching Only, que tiene el grandísimo plus de ser argentina. Y ahí ya no sé decir si busqué leer esas experiencias porque ya sabía que quería ser azafata, si se me ocurrió primero y luego busqué la información. Además, a la crisis laboral en este punto se le había sumado la académica. Acá es cuando me encuentro falta de palabras, pero voy a hacer el intento: sin ningún tipo de esfuerzo consciente, algo implosionó adentro mío y se exteriorizó en un pensamiento claro y sintético: Yo quiero ser azafata. ¿Desde cuándo? No sé, aparentemente desde hace 10 minutos; pero también siento como si en un segundo todos los cabos se hubiesen atado. Parece que en realidad lo quise siempre, pero no había tenido la inteligencia necesaria para darme cuenta hasta ese momento.

Desde ese día, trabajo y sufro en partes iguales. Trabajo, haciendo todo lo que se me ocurre para llegar adonde sueño. Sufro, porque para mí ir al aeropuerto es producirme toda para ir a la fiesta donde va a estar el chico que me gusta y que no me registra. Esa es la historia de EZE y yo.

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