Me bajo del tren. Hace un frío de morirse… Para no tentarme de faltar a clase e irme a casa, me meto rápido a una de las galerías del centro. En una de las salidas hay un local de Havanna, así que entro. Me saco los guantes, mi bufanda tan colorida que resalta entre todos los abrigos negros, la campera, acomodo la mochila. El mozo observaba al equeco desvestirse y cuando vio que había terminado de acomodarme, se acercó con la carta. Mientras me trae el pedido aprovecho para hacer la tarea de inglés, y termino justo cuando me traen el pedido.
Estaba concentradísima en la actividad de revolver el café cuando veo que alguien saca la mochila de la silla enfrente mío (donde estaba apoyada), la deja en el piso, y se sienta. Por supuesto que por reflejo levanté la mirada, asustada. Enfrente mío había un chico sentado muy cómodamente, con una sonrisa en el rostro.
– Por fin apareciste, te estoy esperando hace más de una hora…
– Disculpame pero no soy la persona que pensás, de hecho no te conozco.
– ¡Linda, soy yo!
Tratando de disimular el temblor en la voz, le digo:
– Te repito, no sé quién sos y tampoco vine acá a encontrarme con nadie. Y te voy a pedir que por favor te vayas de la mesa.
– Linda, yo sé que me me porté mal con vos y estás enojada, pero tamp-
– Linda nada hermano, no te conozco así que andate. No sé a quién estarás buscando pero yo no soy.
Por suerte en ese momento vino el mozo al rescate.
– Caballero, le voy a pedir que por favor se retire del local.
– ¿Por qué me echás? Estoy hablando con ella.
– No, no está hablando conmigo. De hecho yo ya le pedí que se vaya, pero no entiende.
– Caballero, si no se retira vamos a tener que llamar a la policía.
– ¿Estás bien? ¿ Te hizo algo? -me preguntó el mozo, una vez que el loquito se había ido.
– Sí, estoy bien… me puso nerviosa, nada más. No sé de dónde sacó que me conocía, pero nada que ver.
– Bueno, cualquier cosa si vuelve o algo, avisanos.
– Gracias.
Cuando salgo del local miro para todos lados. Increíble, pero ahí estaba el loquito. Ni esconderse bien sabía. Respiro hondo y empiezo a caminar rápido. Mientras camino me saco la bufanda, para llamar menos la atención. Llegando a la esquina apuro el paso. No me animé a mirar para atrás para ver si me está siguiendo pero, si lo está haciendo, al menos así puedo sacarle un semáforo de ventaja. Nunca me había pasado algo así. ¿Qué hago? ¿Llamo al 911? ¿Y qué digo, «hay un tipo que me está siguiendo»? Pero si no me hizo nada… no creo que puedan detenerlo siquiera.
Cruzo las vías y me siento aliviada: parece que no está más. Y a las pocas cuadras vuelvo a mirar: me había equivocado. El muy hijo de puta había cruzado por el túnel de la estación. Ahora sí, definitivamente tengo miedo. Para rematar, ya estoy casi en la puerta de la facultad. Ya se enteró dónde estudio, cuándo y a qué hora. Pero tampoco quiero seguir dando vueltas por la calle, no tengo otro lugar adonde ir y ya es de noche, así que me meto en la universidad. Obviamente acá no va a poder entrar porque hay molinetes en todas las entradas, pero yo algún día tengo que salir para volver a mi casa.
Acá estoy, la clase ya terminó hace rato. Estoy llamando a mis familiares a ver si alguien puede venir a buscarme, ninguno me atiende el teléfono. Por la ventana todavía puedo verlo, sentado en la esquina de enfrente. ¡¿Es un ramo de flores lo que tiene en la mano?!
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