Un alma errante

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Dicen que hubo una vez un alma errante con un corazón herido. Por supuesto que no era un fantasma, no. Una vez ese alma perteneció a un ser humano. Lo que sucedió fue que alguien a quien esa persona quería mucho lo decepcionó. Entonces el alma decidió abandonar ese cuerpo para que ya no tenga más sentimientos y entonces no sufra más. Cuestión, tomó el corazón y salió del cuerpo a vagar por el mundo.

Cierto día, vagando por ahí, se encontró con un brujo. El brujo le dijo:

-¿Quién eres?- y el alma respondió:

-Ya no soy nadie. Una vez fui alguien, pero ahora soy solamente un alma vagabunda.

-¿Qué te ha sucedido?

-Ah… ya no lo recuerdo. Ha pasado demasiado tiempo.

-¿No recuerdas o no quieres recordar?

-¿Qué caso tiene? Ya no pertenezco a nadie.

-Es cierto. ¿Te gustaría quedarte algunos días? Después de todo, no tienes ningún compromiso.

El alma se quedó con el brujo; estuvo años junto a él, quien resultó ser un sabio. Aprendió muchas cosas: aprendió sobre la lealtad, la honestidad y la familia. Aprendió a distinguir el amor puro del enamoramiento. Y muchas otras cosas acerca de la vocación, los anhelos, y todo lo que se lleva en el alma. El problema era que a medida que su conocimiento aumentaba le quedaba menos espacio disponible. Decidió, aconsejado por el brujo, salir a poner en práctica todo lo que había aprendido. Diríamos que armó su valija y salió a trotar al mundo pero obviamente todo el mundo sabe que las almas no llevan equipaje. Ya bastante peso tienen consigo mismas para cargar.

Así, sin más equipaje que su propio peso existencial, decidió poner en práctica sus aprendizajes. No tardó en enfrentarse al primer desafío: encontrar un lugar donde encajar. En primera instancia, intentó meterse en el alma de un niño. No entraba. Luego probó con una adolescente. Resultó que esta chica tenía demasiadas cosas que aprender, y eso le tomaría un tiempo que el alma no sabía si tenía. Aah, no vayan a pensar que las almas son eternas. Si nadie las necesita, se vacían y ya no pueden existir más. No hay cosa peor que un alma que anda vagando por ahí sin propietario y que por lo tanto no puede disfrutar de la música, ni de un lindo paisaje, ni sentirse demasiado motivada. Y esto no sólo le ocurre al alma huérfana, sino también a su antiguo dueño. Ambos dejarán de existir si no hacen algo al respecto.

¡Esta alma no quería desaparecer! Habló con todos los dones que pudo: el amor, el trabajo, la solidaridad, la amistad y el arte. Él estaba bien con todos ellos, excepto con el perdón. Debía ir a visitarlo, no le quedaba mucho tiempo, y el perdón vivía tan lejos… sólo él podría ayudarlo. El trabajo se ofreció a llevarlo, y el amor les indicaría el camino a seguir. Nuestra alma estaba ya muy débil.

Caminaron años, días, países y estaciones. A cada paso el alma dejaba un pedacito suyo, para poder avanzar. Maldijo al brujo por haberle enseñado tanto. La ignorancia es bendición, dicen.

Con el último pedacito que le quedaba alcanzó a ser tocado por el perdón. Y el perdón la revivió. La alivió y curó su corazón herido. Lo más importante, le dio una nueva oportunidad. El alma reaccionó y salió a buscar a su dueño con urgencia, para contarle que había conseguido el perdón.

El maldito brujo nunca quiso contarme si llegaron a reencontrarse o no.

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